A todo el mundo se le movió el estómago.
Cuando pasamos la barrera del peaje, no hubo chance de recuperar el voucher que te entregan a cambio del pago. Celebramos, pero recibí la primera tarjeta amarilla. Jóse y Alejandra, me plantearían segundos después de haber saltado el control policial, que esas decisiones debían ser colectivas y no mandarme solo. Yo los escuchaba. Comprendía que para mantener la paz del grupo había que hacer esfuerzos por entender el corazón de mis compañeros, que distintos a mi, se burlaban de mi historial poco democrático o según ellos dictatorialmente caribe. El mix de youtube ya llevaba sus horas sonando, y las coordenadas del maps indicaban que estábamos a 1 minuto de llegar a los loros. La noche sumada a nuestra miopía y vejez, jugaba en contra de encontrar una zona buena donde dormir. Estacionamos y bajamos las carpas. Abrimos el primer carmenere. Queso azul, pan y estrellas nos acompañan en nuestra primera cena. Con los primeros rayos de sol, nos daríamos cuenta , que ese camino de tierra, era el espacio para botar basura de cientos de ovallinos, que usaban estas tierras como lugar para botar televisores, radios, walkman, lavadoras y todo tipo de chatarra electrónica. Nos preguntamos: ¿estaríamos cerca de la quebrada hermosa, con una piedra gigante empotrada a la mitad del recorrido, que guardaba una decena de rutas de escuela? ¿cuál sería la casa con cabras de la señora Ana, dónde había un portón donde dejar el auto? Con la calma y ventaja de quien viaja sin apuro por retornar, los mineros de la zona nos señalaron unos datos de donde habían visto a campistas. Bajamos por un resbalín de roca y encontramos un lugar mágico que sería más adelante los Loros 2. Alejandra, quien es una máquina para interpretar mapas cartográficos, sigue una huella y encuentra la quebrada de Los loros 1 sin mayor esfuerzo. Acá además de estar solos, tendríamos para nosotros, unas 15 rutas de roca lavada, bien pulida y con grandes agujeros que usamos para escalar a vista los 2 primeros días. Fotos van, vinos vienen, al tercer día encontraríamos un rutón más duro, corto y con 2 pasos explosivos obligados para llegar a la cadena. Por las noches, la olla de pvc con restos de tallarines y zapallos italianos, serían banquete de vinchucas y ratones. La olla nueva duraría 1 salida y aprendimos que por las noches nunca más estaríamos solos. Cactus, flores, cururos, lagartijas, halcones, bandurrias y chunchos nos recordaban que éramos visitas. 7 días más tarde, con mucha escalada encima y poca ducha y jabón, seríamos detenidos y controlados por la policía de Río Hurtado. Bajamos la velocidad , justo antes del cruce con la nueva autopista que une Ovalle con La Serena. Allí las pulsaciones altas y el silencio de la cabina dentro del Yaris, volvieron a apoderarse de nosotros. No teníamos nada. Auto a los corrales y detenidos en la comisaría o zafar y continuar el viaje. Abrí la ventana y le quise decir al funcionario: "Buenas tardes, mi nombre es Jaime Flores, soy profesor de escalada de la Universidad de Chile y hace siete días que no nos bañamos, podría ayudarnos a encontrar una ducha? No fue necesario, la putrefacción se apoderó de la nariz de cabo segundo, quien disimulando el "tubey" en la cara, nos indicó que subieramos el vidrio y continuaramos nuestro camino. Otra vez la suerte del ekeko, nos libraba de los costos de la pandemia. Punta choros nos esperaba... Continuará...
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July 2021
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