Estudiantes en Atacama Habían pasado varias semanas en el desierto más árido del mundo. Sativa Underground me hablaba por la radio diciéndome: …“pa´pegarse la escurría son 3 charchazos…” Yo comenzaba a ponerme insoportable sin saber porque. Jose y Alejandra no me pescaban. El primero estaba sumergido en los chismes de “El Rati”, novela de investigación que hunde en la más profunda de las cacas, a toda la concertación en su afán de convertir a Chile, en una sociedad sin subversión y resistencia armada y Alejandra devoraba capítulos de un texto de Patricia May, que no logro recordar. Yo pagaba las consecuencias de armar mi mochila, velozmente en Santiago, sin tomar nada de la pequeña biblioteca, que no existe Macul. De pronto me pego los “3 chachazos” y me doy cuenta que llevaba mucho tiempo sin estar haciendo clases, lo que para muchos de mis colegas, urgidos de Covid-19-20-21 y probablemente Delta 22, puede ser un paraíso, para adictos a la pedagogía como yo, estar sin estudiantes puede ser una bomba anti-endorfinas. Tuve la opción de ponerme a recordar a l@s motivad@s de invierno, y nuestros entrenamientos de dedos congelados, a los motivadios, del San Francisco de Asís y sus vuelos a piso desde los 6 metros de altura, o mis free-soleros del Altamira que unida a la banda de la Facu y mis históricos de Madrigal y la Girouette, llenan mi cabeza de recuerdos de cóndoros pedagógicos, aciertos humanos y otros inhumanos, títulos y por sobretodo experiencias que me recuerdan de que está hecha mi pedagogía. Pero no, eso era pasado. Y estábamos llegando de vuelta a San Pedro, luego de 10 días de trepe. Y ahí estaba mis maestras del master de pedagogía NO tradicional. Roja y Mayo, de 14 y 10 años respectivamente, a quién llamaré así para proteger sus identidades. Súper inteligentes, curiosas, secas para las preguntas agudas, solidarias y con gran sentido del humor, capaces de conversar temas tan amplios, como la pésima educación sexual que reciben en la escuela pública, así como contarme de las debilidades de su profesora “platacameña”,” que se empeña en hacer diferencias entre estudiantes de la Conadi, huincas chilenos e hijas de obreras bolivianas”, que son parte de la fauna estudiantil de la zona y que se iban a convertir en lo que necesitaba para satisfacer mis ánimos de aprender. Lo que pasó a continuación es parte del próximo capítulo, pero les hago el spoiler, se los descubro acá. Roja la mayor, de la Bruja, de ahora en adelante “La capitana”, me enviaba urgente y directo a la ducha, su cara de asco al pasar por los pasillos de su casa, sintiendo el olor a sentina de su barco, que construyera “La capitana”, la obrera de Cristóbal Colón, junto a Sir Francis Drake (que ni idea si pegó un clavo en el barco) se notaba sin usar palabras, al solo ver su cara. Mi cabeza aprendía nuevos vocabularios verbales y no verbales, cerrando el ciclo días después con un “te admiro Mamá”, luego de un pegue histórico a una placa tumbada de Trad, que la bruja se chingó, dejando perplejas a sus hijas. Continuará…
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